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sábado, 21 de abril de 2012

MI VIDA "ANIMALERA"

Mi vida con animales -de cuatro patas o dos, en un solo caso, y no me refiero a mi exmarido- arranca con una preciosa Setter Irlandés, llamada Krisnha, cuyo deporte era cazar palomas en el jardín; tras ella, cuando me independicé, vino otro precioso Setter Inglés apodado Puck que me acompañó durante 15 largos años y que era un cielo de perro, dulce, cariñoso y, como buen Setter, tremendamente juguetón. Ese locuelo, por la noche, no se iba a dormir si no le daba su loncha de jamón dulce y su rodaja de pan. ¡Que cosas!...

El berrinchazo que me pegué a su muerte me hizo decidir no volver a convivir con animales, pero un amigo me regaló un conejo de indias. La cara que puse al recibirlo casi fue tan ridícula como el nombre que le otorgué: Benito.
Benito, al cabo de cuatro años también se murió y estuve unos meses sin mascota hasta que encontré medio muerto al chiquitín y querido Don Gato.

A los dos años, me dio una "ventolá" y me fui a Las Ramblas de Barcelona a comprarme un loro. El elegido fue un Yaco de cola roja que era lo más soso y sucio que me había tirado a la cara, pero la locura ya estaba hecha.
El pajarraco, al que llamé Pipuchi, solo hacía que berrear como un poseso; yo le iba diciendo cosas, pero él siempre gritaba. Un día, casi a los dos años, pareció que decía "amiga", me acerqué, le dije no se qué y él volvió a repetir la misma palabra: "amiga". ¡En casa hubo fiesta nacional!

Tras esa primera palabra, vinieron muchísimas mas, su famoso "hasta luego, Lucas", "gato asqueroso", "Pipuchi no, soy pollito", su contínuo "¿qué haces?" o "¡quéee marrrrano!", además de llamar imbécil al vecino, imitar el sonido del teléfono o soltar "hola Pilar" cuando yo hablaba con mi madre. Aquel bichejo era alucinante.

Pipuchi vivió sólo cuatro años y medio, cuando ya sabía media enciclopedia británica, enfermó y se murió. Menos mal que lo compré creyendo que como viviría más que yo no tendría que pegarme otro berrinche. Me equivoqué y me lo tuve que pegar.
Nos quedamos de nuevo solos Don Gato y yo, luego llegó Pepe y ahora estamos Pepe y yo sin Don Gato, sin Pipuchi y sin nadie que nos grite o toque las narices; aunque si pudiésemos tener a Don Gato de nuevo... ¡firmaríamos los dos!

Reflexión: Anda que si el miedoso de Pepe hubiese conocido al loro... ¡no habría salido de debajo de la mesa del comedor!

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